Dedicado a Sofía MCP
A veces, resulta sorprendente cómo acciones cotidianas pueden darnos luz sobre cómo funcionamos los seres humanos. Reacciones cotidianas en las que intuimos que nuestras actitudes responden a patrones habituales con los que nos sentimos identificados o, todo lo contrario, nos causan enfado y desagrado. Actitudes a la hora de hacer una fila, de subir al autobús, en la espera de la sala del médico, etc.
Y es que incluso, se podrían formular teorías muy sugerentes, como la que traigo hoy aquí: la teoría del carrito de compra. Según esta teoría, la actitud que tomamos cuando acabamos la compra y ya no necesitamos el carro de supermercado, una vez vaciado, se convierte en una prueba de personalidad sencilla, pero eficaz, a la hora de determinar el carácter moral de una persona.

La teoría consiste en verificar si el carrito de compra, una vez usado, es devuelto a su sitio o, por el contrario, se deja en cualquier lugar, con posibilidad de molestar a otros clientes o vehículos.
Esta actitud puede ponerte del lado de las personas bondadosas o de las egoístas. Pero si analizamos con profundidad esta actitud, podemos encontrar otros rasgos de personalidad que dan fuerza a esta sencilla teoría. Esta predisposición a colocar el carrito en su sitio, tendría relación con la capacidad de autocontrol de cada persona. También, a su vez, es manifestación de integridad y tendencia a sopesar el bien común, frente al propio interés. Otro rasgo que se pone en juego con esta teoría sería el locus de control interno o externo, es decir, si la persona se mueve por valores propios y se responsabiliza de sus actos, o por el contrario depende de estímulos externos para conducirse en su toma de decisiones, atribuyendo a causas externas su realidad.
Y es que el acto de dejar el carrito de la compra en el espacio designado para ello, disponibles para nuevos clientes, no es un acto que reciba un premio o un castigo, según la teoría citada, y, por lo tanto, las personas actuamos libremente según nuestras creencias y valores, siendo evidencia de la capacidad de autogobierno de cada persona.
Devolver el carro de la compra a su sitio es un acto fácil y todos sabemos que es correcto, lo esperado objetivamente. Por lo tanto, se convierte en una prueba que evidencia que la persona puede hacer lo correcto sin obligación ninguna, sólo por puro convencimiento de que está haciendo lo correcto y por bondad, es decir, porque es algo bueno para todos.

Así, como decíamos, esta actitud pone en juego no sólo el autocontrol e integridad, sino también la empatía y la solidaridad. Cuando no dejas el carrito en su lugar, se manifiesta cierta falta de solidaridad y de empatía. Las excusas suelen ser muchas: no tengo tiempo, no puedo dejar a mi hijo desatendido en el coche, ya lo harán los empleados, ¿Por qué tengo que hacerlo yo, si otros no lo hacen?, etc.
Pero, además, creo que a la teoría le faltaría describir una tercera actitud, también muy interesante, para detectar aquellas personas cuyo grado de empatía, solidaridad y bondad es más desarrollado. Serían aquellas personas que no sólo dejan el carro que han usado en su sitio, sino que viendo un carro fuera de su lugar, se disponen también a cogerlo y acercarlo a la fila del resto de carritos disponibles, asumiendo como suya la falta de responsabilidad de quien lo dejó en medio del parking y corrigiendo el daño que éste haya podido producir.
En este tema, como en otros, debemos tener en cuenta que hablamos de tendencias, ya que no somos perfectos. Si en algún momento, alguno de nosotros hemos abandonado el carrito usado fuera de su lugar, no quiere decir que nos falte autocontrol y que no demostremos empatía o solidaridad. Un error no puede condicionar nuestra identidad. ¿Pero qué ocurre si esto lo hago frecuentemente y, además, busco excusas convenciéndome de que eso es lo que debo hacer?

Esta teoría de lo cotidiano, entre la broma y la exageración, parece haber puesto el dedo en la llaga por los debates encendidos que produjo en las redes, lo cual podría indicarnos que algo de certeza tendrá, salvando por supuesto todos los matices que, alrededor del hecho descrito, podrían realizarse, ya en este caso desde una perspectiva más científica.
Lo interesante también de esta teoría sería reflexionar sobre qué metodologías podrían implementarse para promover la responsabilidad o la empatía en las personas. Sobre todo, pensando en profesionales que acompañamos a las personas en procesos de inserción, orientación laboral y personal, o en procesos educativos. Aquí partiríamos no tanto del hecho en sí de abandonar el carrito o no, sino de los rasgos de personalidad descritos y que, evidentemente, se pueden detectar acompañados de otras pruebas más rigurosas. Es decir, cómo podemos ayudar a las personas a potenciar su autocontrol, a adoptar posturas más empáticas, a identificar el corpus de valores por el que se mueven o promover su autoconciencia en cuanto a la atribución de sus experiencias (locus de control).
La teoría del carrito podría sumarse a la evidencia de que hay personas que necesitan reglas, obligaciones o leyes para que la sociedad funcione o, por el contrario, hay personas que no las necesitan porque intrínsecamente se hacen responsables de sus actos y son conscientes de las consecuencias que pueden provocar en otros, negativa o positivamente.

¿Cuáles deberían ser las medidas oportunas para abordar esta realidad? Quizá aquí sería interesante recuperar la teoría de las necesidades y satisfactores de Max Neef.
En algunas ocasiones podríamos llegar a la conclusión de que con algunas personas los procesos educativos no son una herramienta eficaz para provocar cambios positivos en ellas, porque sus rasgos psicológicos les sitúan determinantemente en perfiles que sólo van a responder a estímulos externos de contención. La persona autora de la teoría del carrito de compra, decía en sus conclusiones a través de un tuit: “una persona que es incapaz de hacer esto no es mejor que un animal, un salvaje absoluto al que solo se le puede obligar a hacer lo correcto amenazándolo con una ley y la fuerza que la respalda. El carrito de la compra es lo que determina si una persona es un miembro bueno o malo de la sociedad”. Siendo exagerada esta afirmación, pone de manifiesto lo que veníamos diciendo de la necesidad de control de determinadas actitudes, por parte de individuos, no acordes con el estándar social esperado.
Sin llegar al extremo de considerarnos animales unos a otros, lo interesante de esta teoría es que ayuda a comprender los rasgos de personalidad de aquellas personas que son colaboradoras y conscientes del impacto de sus decisiones en los demás, y de aquellas otras centradas en su egoísmo e incapaces de asumir su responsabilidad individual. La comprensión de estas dinámicas podría ayudarnos a establecer políticas que estimulen a las primeras y contengan a las segundas.
Pero cuidado, si perteneces al grupo que deja el carrito en su sitio, evita considerarte superior a nadie por ello. Todas y cada una de las personas tenemos una dignidad inalienable. Por ello, debemos aceptar incondicionalmente a todas las personas y tratarlas con la dignidad merecida. Otra cuestión son sus actitudes y acciones, esto es lo que habría que contener y no permitir en todo caso. Porque si no, podemos caer en la misma trampa existencial que ellos y considerarnos moralmente superiores, porque somos capaces de “colocar el carrito en su sitio”. En ese momento, esa acción dejaría de ser un acto de bondad para todos, para convertirse en un acto de soberbia y engreimiento.
Que grande eres!
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