En cualquier proceso de cambio personal o de generación de conocimiento, resultan fundamentales dos mecanismos que no podemos obviar, los procesos cognitivos y, comprendido en ellos, el aprendizaje. Cuando planteamos la formación como recurso que provoque cambios en la persona, si la formación no está enfocada, a su vez, desde un punto de vista de los procesos del aprendizaje, podemos estar abocados al fracaso.
Es ya conocido que la tecnología influye y provoca cambios en los hábitos, pensamiento, conductas y el modo en el que entendemos el mundo, es decir que influyen decididamente también en los procesos cognitivos de las personas e incluso en las dinámicas sociales. Las tecnologías pueden amplificar y reorganizar la mente, pudiendo cambiar el funcionamiento del cerebro e incluso su anatomía. Así, la tecnología digital ayuda a trascender las limitaciones cognitivas y ayudan a transformar la mente de las personas, pudiendo modificar los procesos de pensamiento, los procesos de aprendizaje y, por ende, su conocimiento de la realidad.

La neurociencia confirma cómo algunas redes neuronales se fortalecen en detrimento de otras ya consolidadas. Esto es algo propio de la evolución, ya que los cambios sociales, culturales o tecnológicos, afectan a determinadas estructuras o circuitos cognitivos, por ejemplo, en la actualidad los cambios digitales están influyendo en circuitos que afectan a la atención. Una consecuencia visible es el aumento de la capacidad que tenemos de simultanear tareas, la multifunción. Por el contrario, quienes desarrollan esta habilidad cognitiva, podrían tener dificultades a la hora de retener información.
Los procesos cognitivos básicos comprenden la memoria, la percepción, el procesamiento de la información y la atención. Los superiores serían el pensamiento, la función ejecutiva, el aprendizaje, el lenguaje, la creatividad y la motivación. Todos ellos nos permiten generar conocimiento e interacción con el entorno. Por ello, un correcto desarrollo de los procesos cognitivos es fundamental para la vida diaria, pero también por supuesto para la vida profesional. Nuestras conductas son reflejo de éstos y resultan fundamentales para la adaptación al medio y, en el caso que apuntamos, al medio laboral.

Los procesos cognitivos dan lugar al desarrollo de las habilidades cognitivas, las cuales se entrenan y pueden evolucionar a lo largo de toda la vida. Son las capacidades que configuran nuestros comportamientos y, por lo tanto, nuestras competencias básicas y profesionales.
La neurociencia ha estudiado la plasticidad cerebral como característica que nos permite modificar su estructura y funcionamiento. Ello pone el foco en los procesos de aprendizaje como facilitadores y estimuladores de nuestro cerebro, para adaptarse a los cambios o entornos diferentes.

¿Por qué planteo esta perspectiva a la hora de abordar acciones formativas? Porque no toda la formación presupone aprendizaje. Y porque considero importante tener en cuenta cómo puede impactar la digitalización en las personas en situación de exclusión y en aquellas para las que la brecha digital más afección tiene.
Llevamos un tiempo en el que se fomenta e impulsa el desarrollo de acciones formativas en digitalización, casi con obsesión. Y siendo necesario ofrecer oportunidades de digitalización para todo el mundo, poniendo todos los recursos necesarios para ello, debería tenerse en cuenta que la formación no es la panacea para todo. Y, sobre todo, debemos tener en cuenta que no lograremos la transformación deseada en las personas, si no se pone el foco en los procesos de transformación personal.
Formar en el conocimiento y uso de herramientas digitales, podría tener un impacto limitado, salvo si está dirigido a grupos o personas con cierto nivel de desarrollo digital.
Desde este planteamiento, podríamos decir que las personas que no han estado en contacto con las tecnologías digitales, no han tenido oportunidad de adaptar sus procesos y habilidades cognitivas a la nueva cultura digital, y por ello no han desarrollado competencias, hoy en día, altamente valoradas por la sociedad y, en concreto, por las empresas, quedando sus perfiles competenciales desfasados en el mercado laboral.

Por lo tanto, el problema de la brecha digital no sólo es cuestión de falta de conocimiento de herramientas y su uso, sino inadaptación de los procesos y habilidades cognitivas, es decir, cómo estas personas procesan el conocimiento del entorno y desarrollan competencias que les ayuden a adaptase al mismo. Su manera de comunicarse no es digital, podríamos decir, o la forma en que almacenan la información, su pensamiento, su percepción, siguen siendo analógicas y no digitales.
Y es aquí donde podemos encontrar otra de las causas en la falta de adecuación entre la oferta y la demanda en el mercado laboral. Es decir, la creciente dificultad para la cubrir las vacantes de empleo disponibles, a pesar de la todavía elevada tasa de desempleo.
Las propuestas formativas de digitalización deberían programarse en función de los destinatarios, en cuanto a su nivel de aprendizaje en digitalización y el desarrollo de su estructura cognitiva más o menos adaptada a modelos digitales. Estamos detectando acciones formativas, en las que participan personas con una cultura todavía analógica, que de poco les servirá, suponiendo para ellas un gran esfuerzo y muchas veces frustración.

Estas ofertas formativas en digitalización deberían plantearse como una oportunidad para influir en los procesos cognitivos y, sobre todo, en los procesos de aprendizaje de estas personas, para que adquieran nuevas habilidades cognitivas y, por ende, nuevas competencias que les ayuden a una mejor adaptación al medio social en general y al entorno laboral en particular. El objetivo, por tanto, no sería enseñar a utilizar las tecnologías actuales, sino desarrollar habilidades cognitivas que les ayudan a adaptarse a los nuevos modelos.
Lamentablemente, también sabemos que pueden darse deterioros cognitivos por diversas razones, por lo que podemos encontrarnos con personas tanto en situaciones de exclusión o no que, por diversos motivos, presenten un importante deterioro en sus procesos cognitivos o con una neuroplasticidad muy mermada, lo cual hará sumamente dificultosa la pretendida digitalización, en su caso, y todavía más su transformación cognitiva para adaptarse a un mundo cada vez más digitalizado.

Por ello, no podemos poner toda la esperanza en acciones formativas de digitalización para acabar con la brecha digital o conseguir la inserción socio-laboral de determinadas personas. Formar en el uso de las nuevas tecnologías puede ser una herramienta limitada en este caso, aunque esto no quiere decir que renunciemos a ella. Eso sí tendríamos que ser conscientes de esta limitación y no plantear con ella objetivos inalcanzables.
Pero por otro lado, pueden resultar una estupenda oportunidad para aquellos casos en los que las personas mantienen un adecuado nivel de plasticidad neuronal, siempre y cuando el enfoque formativo no se limite al conocimiento de las herramientas digitales y su uso, sino que se oriente, a través de ellas, el desarrollo y potenciación de procesos cognitivos o la adquisición de nuevas habilidades cognitivas que ayuden a fortalecer y mejorar su perfil competencial, más adaptado a un mundo y, sobre todo, un entorno laboral digitalizado.