Resulta curioso, cuando no contradictorio e incluso sospechoso que, hace ya algún tiempo, se ha puesto de moda impulsar en el ámbito empresarial e incluso personal, la búsqueda de un propósito como tabla de salvación de una sociedad e incluso una humanidad como colectividad a la deriva.
Y digo que resulta contradictorio porque hay un grave problema de fondo que no se está afrontando y que es de carácter estructural o cultural.
Ahora se habla de propósito e incluso se introduce el concepto en los procesos de calidad, como si por arte de magia con sólo nombrarlo éste se materializase. Ya sé que existen procedimientos y métodos para poder estructurar las empresas según su propósito, pero una vez más se corre el riesgo de convertirlo en un puro acto de estética y no de ética, como diría Adela Cortina, al igual que se ha convertido en un acto de puro virtuosismo estético la Responsabilidad Social Empresarial.

Y es que al final, las empresas, las instituciones, las familias, cualquier organismo social creado por personas, manifestarán los valores que viven las personas que las componen o dirigen. ¿Qué nivel de alineamiento van a tener con el propósito institucional las personas que componen los consejos de administración, los equipos gerenciales, los directores ya sea de empresas o instituciones?
En teoría el propósito se define en torno a unos valores, cuya finalidad es mejorar social y medioambientalmente el entorno donde se ubica la empresa o la institución. Y ésta es la clave, ¿las personas integrantes o que dirigen la compañía asumen y se identifican con esos altos valores que buscan un triple resultado: económico, social y medioambiental? ¿Los inversores y consejos de administración están dispuestos a obtener menos beneficios que en el ejercicio anterior, a cambio de tener un mayor impacto social positivo?
Yo tengo serias dudas, porque a menudo las corporaciones e instituciones (incluidos parlamentos) son regidas por otro tipo de valores e incluso contravalores, al menos en general. Ya sé que hay excepciones e importantes iniciativas que impulsan nuevos modelos de gestión organizacional.
Sin embargo, la sociedad que hemos construido desde hace décadas ha configurado un modelo de persona individualista (individuos y consumidores), desarraigados de cualquier tipo de valor comunitario que suponga un sacrificio de sus intereses personales. En nuestras sociedades modernas se ha estimulado la competición, el éxito, el lucro, sin tener en cuenta el impacto que perseguir dichas metas, podría tener en otros o en la naturaleza. Y es desde estos valores desde donde se han dirigido las empresas, exigiendo a sus miembros cada vez mayor rendimiento, mayores logros y éxito profesional, pero desde una perspectiva individual y de lucro personal. ¿Y dónde han quedado valores como la responsabilidad, el bien común, la renuncia, el compromiso (con la colectividad), etc.? Hemos renunciado a la educación en valores y hemos vaciado nuestros espacios sociales de cualquier rémora hacia el crecimiento material ilimitado. Hemos creado una sociedad de la satisfacción y de los derechos. El sacrificio, la responsabilidad individual o las obligaciones han pasado a ocupar los últimos peldaños en nuestra escala de valores.

Lamentablemente las crisis sucesivas que estamos viviendo desde 2008, son crisis fruto de esta deriva en la cual nos encontramos en el momento actual. Una situación que manifiesta una policrisis y que tiene sus raíces en una profunda crisis cultural o de valores.
La crisis económica del 2008 puso en evidencia el desgaste del modelo económico y la voracidad de grandes compañías que actuaron al margen de cualquier valor afín al bien común; la crisis del COVID y ecológica han manifestado la debilidad de una sociedad que no tiene en cuenta la naturaleza, su cuidado y su sostenibilidad; la crisis de dualidad social en la que vivimos con bandos polarizados y enfrentados deja al trasluz la falta de anclajes en un pacto social y, por supuesto, la guerra de Ucrania es manifestación de cómo la descomposición de los valores fundamentales que sostienen una sociedad se trasladan a los estados afectándonos a nivel global.
Retomando el mundo empresarial desde el punto de vista del propósito, vemos cómo también la guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto la escasa voluntad de las grandes compañías de alinearse con un nuevo paradigma de valores. Varios economistas ponen de manifiesto cómo la subida de precios y la inflación desbocada ha sido provocada por la pura especulación y no por una crisis de oferta y demanda. Ante un escenario incierto las grandes compañías han preferido subir los precios para aprovechar un río revuelto que les aporte grandes beneficios. De nuevo el beneficio por encima de las personas.
Por otro lado, ahora se apela a la responsabilidad ciudadana para que ayudemos a atajar la crisis ecológica y energética reduciendo nuestros consumos, evitando el despilfarro y adoptando estilos de vida en los que hay que contemporizar las necesidades de otros. ¿Qué ha ocurrido? Que la mayoría de la población ha enarbolado la bandera del “ande yo caliente y ríase la gente”. La mayoría de la ciudadanía sólo se va a comprometer “si le sale a cuenta”, pero no como un compromiso solidario, sino, como mucho, desde una solidaridad indolora, que no le cueste. Los individuos tomaran medidas si les sale rentable. Ciudadanía suena ya a palabra vacía y la gratuidad no cabe en nuestro vocabulario.

Un ejemplo son las numerosas voces que reclaman estimular el reciclado de residuos, mediante incentivos económicos o materiales, renunciándose al compromiso desde una responsabilidad colectiva adulta, “si apruebas, tendrás un regalo”.
Una prueba más de esta cultura del beneficio individual, es que la historia de una mujer que devolvió 500 € encontrados, se convirtiese en noticia divulgada por doquier en los medios de comunicación, comparándola prácticamente con una heroína. Esta historia no debería ser notica, la propia mujer en alguna de sus declaraciones dijo que “solamente hizo lo que tenía que hacer”. ¿Dónde nos ha quedado la ética?
Por más que promovamos introducir el propósito en las empresas, en las instituciones e incluso a nivel individual, todo será en vano, si no abordamos el problema de raíz, reconstruir nuestra identidad con valores que nos liguen comunitariamente a los demás y a la naturaleza. Cuestión que no es impedimento para promover iniciativas como el reconocimiento de la figura legal de Empresas con Propósito incluida en la Ley Crea y Crece para Empresas, empeño, por cierto, muy loable de B Coorp España,
Sólo si retomamos los espacios fundamentales de educación en valores como la familia, la escuela, los ámbitos de formación personal, de educación en el tiempo libre, o el deporte, será posible reconstruir un modelo de persona y de sociedad en el que se vuelva a restituir un nuevo pacto social. Y entonces sí, hablemos de propósito.