Movilizar la voluntad a través de la autoconciencia

En los ámbitos profesionales, uno de los problemas más frecuentes es la falta de motivación y voluntad de las personas que acuden a sus servicios, para enfrentar las dificultades de su vida cotidiana. Si nos centramos en el ámbito socio-laboral, este fenómeno se ve con claridad en colectivos como las personas desempleadas que están disponibles, pero no buscan trabajo, o que lo buscan, pero no se encuentran disponibles para ciertos desafíos y, por supuesto, aquellos que viven en situaciones de trabajo precario, pero no logran, de alguna forma, mejorar su situación laboral.

En un artículo de Javier Esteban, “Así desperdicia España el 20% de su mano de obra” se pone de manifiesto un grave problema del mercado laboral español: la alta tasa de «holgura laboral», la mayor de la UE. Aunque, tal como apunta el autor, no debemos centrarnos exclusivamente en los colectivos mencionados, sino también reflexionar sobre el modelo económico y productivo que sostiene todo el sistema, quiero aprovechar este espacio, en sintonía con otros posts anteriores, para ofrecer algunas orientaciones metodológicas que podrían contribuir a movilizar a las personas desempleadas o en situación de exclusión social, especialmente aquellas con dificultades para acceder al mercado laboral o que carecen de redes de integración social, ya que el empleo no es el único ámbito de inclusión al que debemos mirar.

Y además, también, todos podemos aprender a identificar y desarrollar nuestro nivel de autoconciencia.

Mi propuesta es más que una simple invitación a pensar sobre nosotros mismos. Lo que quiero es dar algunas claves que nos permitan comprender las emociones, pensamientos y actitudes que influyen en nuestros comportamientos, y cómo podemos usar la autoconciencia como herramienta de transformación personal. En este sentido, me basaré en las ideas que plantea David R. Hawkins en su obra El mapa de la conciencia, donde introduce un enfoque que va más allá del autoconocimiento, para profundizar en el entendimiento de nuestros estados emocionales y sus implicaciones.

El objetivo de este enfoque es tomar conciencia de nuestras emociones, que, como sabemos, son el motor que condiciona nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos. Se trata, en última instancia, de promover un proceso de desarrollo personal que nos permita transformar nuestras emociones negativas en estados emocionales más positivos, más constructivos.

A veces, los estados emocionales no afectan sólo a una parte de nuestra vida, sino que impregnan de manera integral nuestra existencia. Alguien puede estar sumido en un estado de miedo constante o incluso vivir bajo la apatía. Pero, también es posible que sólo ciertas áreas de la vida (el trabajo, la afectividad, el aprendizaje, por ejemplo) estén marcadas por un determinado estado emocional. El primer paso, entonces, es identificar las emociones predominantes que afectan nuestra forma de vivir, para así conocer el nivel de conciencia en el que nos encontramos.

Es interesante también ver cómo este enfoque puede aplicarse a colectivos o sociedades. Así como las personas podemos vivir con emociones predominantes, también las colectividades tienen un nivel de conciencia colectiva, que influye en el modo en que interactúan, se comportan y responden a los desafíos que enfrentan. Empresas, grupos sociales, barrios, ciudades o países pueden compartir una «emoción colectiva» que determina sus dinámicas y su manera de enfrentarse la vida.

La voluntad secuestrada por las emociones

En muchos casos, cuando nos enfrentamos a retos o situaciones que nos exigen esfuerzo, lo que parece ser una incapacidad de afrontar esa situación, es en realidad una falta de voluntad, secuestrada por emociones como el miedo, la vergüenza, la culpa o el sufrimiento. En otras ocasiones, esta incapacidad se manifiesta como una actitud de «echar balones fuera«, culpando a otros de nuestra situación. Y, finalmente, uno de los mayores bloqueos para la transformación personal es el victimismo, esa postura que nos lleva a vernos como víctimas de las circunstancias o de las acciones ajenas, paralizando nuestra capacidad de acción, porque son otros los causantes de nuestra realidad vital.

Estas emociones —y los pensamientos y comportamientos que de ellas surgen— son los que propongo trabajar para iniciar procesos de desarrollo personal, especialmente en los programas de inserción socio-laboral. No estamos hablando de terapias, esas pertenecen a otros profesionales, sino de procesos psicoeducativos que ayuden a la persona a desarrollar una conciencia crítica de sus emociones y a reconocer cómo estas afectan su vida cotidiana.

Las barreras emocionales en el camino del desarrollo personal

Las emociones negativas que bloquean el desarrollo personal no siempre son fáciles de identificar. Mientras que los comportamientos y actitudes suelen ser más evidentes, las emociones que los subyacen son menos visibles. Sin embargo, si profundizamos, podemos descubrir las emociones predominantes que afectan a las personas que atraviesan una situación de bloqueo o se sitúan en un nivel de conciencia que les impide alcanzar un mayor desarrollo. Algunas de las más comunes en estos casos son la vergüenza, la culpa, la apatía, el sufrimiento, el miedo, el deseo y la ira.

· La vergüenza está ligada a un sentimiento de autorechazo, de no aceptación de uno mismo. En muchos contextos, especialmente en situaciones de pobreza o exclusión social, las personas pueden llegar a avergonzarse de su imagen, su familia o su pasado. Esta emoción puede disfrazarse de actitudes como el falso orgullo, la altanería o el egocentrismo, que ocultan un profundo malestar interno.

· La culpa suele vivir como un peso insoportable, remordimientos por decisiones erróneas o pensamientos que nos dicen que hemos causado o merecido el sufrimiento que vivimos. La culpa puede generar parálisis a la hora de tomar decisiones, ya que la persona se siente incapaz de salir de su propio ciclo de autocrítica.

· La apatía se asocia con la desesperanza y el sentimiento de abandono. En muchas personas que atraviesan situaciones de pobreza o desempleo prolongado, la apatía es una respuesta ante la percepción de que nada puede cambiar. Esto se traduce en una falta de motivación y en la creencia de que el esfuerzo por mejorar es inútil.

· El sufrimiento, por su parte, está relacionado con el dolor acumulado a lo largo de la vida: los desprecios, las derrotas, los abusos. Esta emoción alimenta el victimismo, un estado mental que justifica ver a los demás como responsables de nuestra situación.

· El miedo es la emoción en la que suelen desembocar los anteriores estados. Miedo al fracaso, a perder lo poco que se tiene, miedo al futuro, miedo a enfrentarse a nuevas situaciones, a la propia vida. Es el miedo el que muchas veces impide la acción, paralizando la voluntad de cambio.

· El deseo provoca la emoción de anhelar lo material. Deseamos lo que otros tienen y deseamos todo tipo de bienes materiales para sentirnos mejor, gratificados. El deseo puede darse como una reacción a las anteriores y, por lo tanto, como oportunidad para elevar un nivel más de conciencia. Podemos escapar del miedo buscando en el consumo de bienes materiales como una forma de evasión.

· La ira es una emoción que puede surgir ante la frustración de conseguir los anhelos materiales, de fama, de reconocimiento. Puede surgir violencia contra los otros, contra nosotros mismos.

El camino hacia la transformación: del orgullo al coraje

Si seguimos el modelo propuesto por Hawkins, podemos visualizar un proceso de «ascenso» a través de diferentes niveles emocionales. Tras el deseo, la ira y el orgullo pueden aparecer como las emociones que nos dan un primer atisbo de fuerza. El orgullo, aunque sigue siendo una emoción negativa, puede ser un primer paso hacia la autoafirmación y la toma de conciencia de que, a pesar de todo, tenemos valor.

En este punto, incluso puede aparecer un impulso para luchar por una vida mejor, aunque sigue pesando el egocentrismo y la arrogancia frente a otros que consideramos inferiores a nosotros o simplemente una amenaza, entretejiéndose poco a poco una autoimagen de superioridad.

A partir del orgullo, cuando la persona desarrolla la capacidad para afrontar los desafíos, se puede llegar al coraje, que representa el primer estado emocional verdaderamente positivo. El coraje trae consigo la voluntad de cambiar, el optimismo y una mayor autoestima, elementos clave para la transformación personal.

Pasos para identificar y transformar nuestro estado emocional

¿Cómo podemos identificar en qué nivel nos encontramos y qué pasos dar para avanzar? Aquí propongo una serie de reflexiones prácticas:

1. Identifica tus emociones predominantes. Reflexiona sobre qué emociones son las más frecuentes en tu vida y cuándo se presentan. ¿Qué las activa? ¿Qué puede contrarrestarlas o disminuir su poder sobre ti?

2. Reconoce tus pensamientos y creencias. Los pensamientos y creencias que dominan nuestra mente están estrechamente vinculados a nuestras emociones. Reflexiona sobre qué ideas fijas o patrones crees que tienen un impacto directo en cómo te sientes.

3. Analiza tus comportamientos y reacciones. Observa qué patrones de comportamiento se repiten en tu vida. ¿Qué actitudes tomas ante las situaciones cotidianas? ¿Cómo respondes ante los retos y cómo esos comportamientos influyen en tus resultados?

4. Toma decisiones y establece nuevos hábitos. Una vez que hayas identificado las emociones, pensamientos y comportamientos que te están limitando, comienza a tomar decisiones conscientes para transformarlos. Establece hábitos que te ayuden a dejar atrás las emociones negativas y a fortalecer las positivas.

Conclusión

Este enfoque no es una receta mágica, pero sí un punto de partida para quienes atraviesan dificultades en su inserción socio-laboral y necesitan encontrar una motivación interna para cambiar, o para cualquiera de nosotros que quiera tomar las riendas de su vida. Estimular la autoconciencia, entendida como un proceso psicoeducativo de identificación y transformación emocional, puede ser un complemento indispensable a las políticas tradicionales de inserción social o laboral como la formación, las prestaciones económicas o el acompañamiento social. Es un camino hacia la recuperación de la voluntad, esa fuerza que muchas veces está secuestrada por los estados emocionales negativos, pero que, con conciencia y trabajo personal, puede liberarse y convertirse en motor de cambio.

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