Antes de la actual pandemia, los índices de pobreza ya venían siendo importantes en nuestra sociedad y en resto del mundo, incluso en países desarrollados como el nuestro. De hecho, incluso en las décadas de crecimiento, antes del 2008, nunca se consiguió disminuir la pobreza relativa en España por debajo del 19 %.
Es evidente que la incidencia de la COVID en la economía ha provocado de nuevo un aumento de la pobreza.
Según la Encuesta de Condiciones de Vida 2019, la renta anual neta media de los hogares de Aragón (con datos de ingresos de 2018) fue de 29.672 euros mientras que para el total de los hogares de España fue de 29.132 euros. Lo que suponía que en el año 2019 (con datos de ingresos de 2018), el 17,9% de la población aragonesa se encontraba por debajo del umbral de pobreza, frente al 20,7% del total de la población española.
Por otro lado, si tenemos en cuenta el indicador AROPE, el 21,1% de la población de Aragón estaba en riesgo de pobreza o exclusión social mientras que para el total de España este porcentaje fue del 25,3%. En el 2018, este indicador se situaba en el 17,7 %, en Aragón. Además, el 2,2% de los hogares de Aragón declaraba llegar a fin de mes con mucha dificultad, frente al total de hogares de España donde este porcentaje fue del 7,4%.
Así, aunque todavía no se reflejaba la incidencia de la pandemia, los datos de 2019 eran los peores de los últimos diez años, superando incluso los de 2014 (20,7 %) y los de 2013 (19,8 %9)
Según las estimaciones de Oxfan Internacional que presentó con motivo de la celebración de último Foro de DAVOS, Aragón contaría con 245.669 personas en una situación de pobreza relativa que viven con no más de 24 euros al día, un 18,5% de la población, lo que supone 11.608 más que antes de la pandemia, cuando se estimaban en 234.061. Por lo tanto, podríamos estar ante un incremento del 5%, aunque es de los menos negativos entre el resto de comunidades autónomas.
Por lo tanto, la pobreza se ha convertido en un reto. No en vano figura como el primer objetivo dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles establecidos por las Naciones Unidas. Por otro lado, como decíamos al principio, se ha convertido en un mal endémico ya que los índices de pobreza se mantienen prácticamente constantes, aunque atravesemos períodos de crecimiento o períodos de bonanza económica.
Esto supone que las medidas y métodos de lucha contra la pobreza no están teniendo el éxito esperado o, por el contrario, la voluntad de acabar con ella no es determinante.
Sigue considerándose en muchos círculos que el empleo es el mejor mecanismo de inserción y de lucha contra la pobreza. Esto era cierto hasta hace dos décadas cuando menos, sin embargo, vista la realidad del mercado laboral actual, descrita en anteriores posts, esta máxima ha dejado de ser una realidad, dado que el empleo está dejando de ser el factor fundamental de redistribución de la riqueza y el factor más importante para generarla.
Por otro lado, también hemos visto cómo el empleo, hoy en día, no es garantía para escapar de la pobreza, dadas las condiciones de precariedad a la que están sometidos varios sectores económicos y productivos. Según FOESSA, en 2019, había en España cerca de 2,5 millones de trabajadores atrapados en situaciones de pobreza relativa y la mitad de ellos con una jornada parcial indeseada.
En este sentido habría que revisar planteamientos que rigen las políticas activas de empleo, centrados en la motivación y capacidad propia de persona desempleada, ya que están teniendo y van a tener un impacto limitado. De hecho, todos los agentes o entidades sociales dedicados a programas de inserción activa estamos viendo, cada día más, grandes dificultades para elevar los índices de inserciones en el mercado laboral, y la competencia entre los técnicos de prospección laboral se ha tornado atroz en la captación de posibles empresas contratantes u ofertas de empleo, siendo éstas incapaces de absorber a todas las personas participantes en este tipo de programas.
Esta realidad evidencia, una vez más, cómo paulatinamente el empleo se está convirtiendo en un bien escaso. Sólo basarnos en la formación como medio para mejorar la accesibilidad al empleo de estas personas está resultando del todo limitado.
Por otro lado, hay que tener en cuenta también la propia realidad de las personas que sufren el impacto de la pobreza o la vulnerabilidad social, bien sea por falta de ingresos o por tener acceso sólo a trabajos precarios.
Rutger Bregaman cita en su libro Utopía para realistas, algunos estudios de investigación sobre pobreza en los que se pone de manifiesto la importancia del contexto, ya que han demostrado que la escasez, la falta de recursos suficientes para cubrir las necesidades básicas propias o de la familia, afecta a la mente. Las personas podrían actuar de manera diferente, a lo que podría parecer el sentido común, cuando perciben que no disponen de recursos básicos. Según estos estudios, parece que las personas que sufren pobreza material son muy hábiles para tomar decisiones o gestionar problemas a corto plazo, sin embargo, presentan un alto índice de equivocaciones a la hora de tomar decisiones a largo plazo.
Poner toda la responsabilidad en la balanza de las personas que sufren pobreza a la hora de mejorar sus condiciones para obtener un empleo, podría resultar del todo equivocado.
Por otro lado, deberíamos plantearnos cómo afrontar el problema de la pobreza en nuestra sociedad. ¿Queremos continuar dando respuestas desfasadas a una realidad nueva? ¿Es adecuado mantener a los cada vez más amplios sectores excluidos del mercado laboral a base de prestaciones económicas mínimas (Salario Mínimo Vital, rentas mínimas de inserción, etc.), necesitadas de bolsas de alimentos complementarias, con las famosas colas del hambre que la pandemia a puesto de relieve, para sobrevivir?
O por el contrario, ¿habrá que hacer frente a la pobreza con otro tipo de estrategias que, además de cubrir necesidades básicas, dignifiquen y dejen de marginar a los protagonistas de dichas acciones? Otras estrategias que además pueden resultar sinérgicas, ya que además de cubrir sus necesidades básicas podrían cubrir otras necesidades humanas fundamentales como el de integración, participación o creatividad.
Porque acciones como el reparto de alimentos, salvo en situaciones de emergencia, resuelven simplemente la cobertura de algunas necesidades básicas y, sin embargo, no afrontan el grave problema oculto que es el de la desigualdad social y la exclusión, fuente de fractura social y posibles conflictos sociales como veremos en siguientes posts.