Neurociencia y procesos de inclusión social

La complejidad del ser humano hace muy difícil aprehender todas sus dimensiones para poder comprender e identificar que motiva su comportamiento.

Por un lado, somos individuos pero integrados socialmente, con marcos relacionales y contextuales.

Muchas veces es equivocado plantear conceptos duales para explicar las relaciones humanas. Debemos construir marcos más complejos que nos acerquen a la realidad, aunque posiblemente siempre intuiremos lagunas o elementos que no encajan en la teoría.

En este sentido me gustaría profundizar en la búsqueda de las causas que conducen a las personas e incluso a comunidades y sociedades enteras a actuar desde postulados egoístas, tribales, fundamentalistas o violentos, o desde la insensatez como diría José Antonio Marina, en su libro La vacuna contra la insensatez (Ariel 2025)[1]. Según Marina, la maldad existe porque la estupidez la permite.

Todo ello con la finalidad de poder elaborar propuestas que nos ayuden, personal o profesionalmente, a amortiguar, reorientar o anular dichas tendencias.

José Antonio Marina hace una distinción muy interesante sobre la inteligencia. La inteligencia como capacidad de pensar y la inteligencia como capacidad de actuar. Además, considera que el proceso evolutivo del ser humano desde el punto de vista de la inteligencia desemboca en la ética.

Podríamos decir que la Inteligencia sería aquella capacidad de la persona para tomar sus decisiones más allá de sus impulsos y emociones, con el fin de alcanzar una adecuada adaptación al medio. Esta inteligencia debería irremediablemente concluir en un marco ético impulsando, por lo tanto, la realización de actos en clave del bien común. No podemos olvidar que la cooperación ha sido un motor clave para la evolución humana[2].

Según esta teoría existen dos tipos de inteligencias, la generadora y la ejecutiva. El cerebro humano está constantemente gestionando información, parte de esta información forma parte del inconsciente y otra puede pasar a un estado consciente en forma de pensamientos, deseos, sentimientos, etc. Toda esta información que surgen de manera espontánea sería lo que llamaríamos inteligencia generadora. Cuando la información que surge de la inteligencia generadora se hace consciente, la persona puede controlar sus decisiones y su comportamiento, esta capacidad de autogestión sería lo que podríamos denominar inteligencia ejecutiva. Por ello, tendríamos dos niveles en la inteligencia humana, la no consciente que es intuitiva, espontánea, innata y la consciente capaz de identificar emociones, sentimientos, pensamientos, tiene que ver con la autoconciencia. La inteligencia ejecutiva es fruto de la evolución humana. Y físicamente se identifica con los lóbulos frontales del cerebro.

La capacidad de autocontrol que desarrolla la inteligencia ejecutiva incide en las funciones psicológicas básicas, convirtiéndose en la herramienta que posibilita la toma de decisiones y la definición de metas, entre otras.

Esta capacidad de dirigir intencionadamente nuestras metas, individuales y colectivas, la toma de decisiones conscientes, no espontáneas, es lo que nos diferencia del mundo animal, de nuestros antepasados todavía animales[3].

Así, podemos encontrarnos personas cuya inteligencia ejecutiva está poco desarrollada, siendo condicionados por la inteligencia generadora. Por ello sus comportamientos tenderán a ser más impulsivos, primarios y de respuesta emocional. Sin embargo, contamos con el arma de la educación para ayudar a configurar ambas inteligencias. Los hábitos son la herramienta que nos pueden ayudar a configurar la inteligencia generadora, ya que puede modificarse y ampliarse. Los hábitos pueden llegar a automatizar determinadas actitudes y comportamientos.

De la misma manera, la inteligencia ejecutiva se pude entrenar desarrollando las funciones cognitivas. La plasticidad cerebral permite a nuestros cerebros reorganizarse formando nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida, como respuesta a nuevas experiencias, aprendizajes, retos o cambios del entorno.

Puesto que la inteligencia es flexible, se puede amplificar y, por lo tanto, desde este punto de vista estos entrenamientos, pueden resultar fundamentales a la hora de planificar los procesos de inclusión social para aquellas personas que sufren exclusión, ya que esta condición influye notablemente también en el funcionamiento cognitivo.

Es habitual encontrarnos con personas en situación de exclusión que viven en una espiral de la cual no logran zafarse o estando participando en procesos de inserción, una y otra vez fracasan o vuelven a la casilla de partida.

La neurociencia ha logrado demostrar cómo la desigualdad social provoca en las personas que la padecen malestar emocional y estrés, pudiendo provocar resentimiento. Percibirse como persona “de bajo estatus social puede activar los mismos circuitos neurológicos asociados con el dolor físico”. Si los índices de desigualdad social son altos, pueden llegar a superar los límites soportables para no sentirse humillado o marginado.

Esta percepción puede bloquear o condicionar los procesos cognitivos y el desarrollo de la inteligencia ejecutiva. ¿Cuáles son las funciones cognitivas que se podrían trabajar en los procesos de inclusión social con el objetivo de provocar transformaciones en las personas y estimular su motivación al cambio? Fundamentalmente nos centraremos en las funciones ejecutivas.

Conociendo la estructura dual de la inteligencia humana, podemos saber que las funciones ejecutivas pueden ayudar a las personas a ir liberándose de las creencias erróneas, de los impulsos y de las emociones negativas. La pereza por desmotivación, el desánimo ante la imposibilidad de cambiar su situación y el resentimiento ante una comunidad que no ofrece respuestas, son emociones y creencias muy arraigadas en personas que sufren exclusión social.

  1. Autocontrol y manejo de los impulsos.

Ya hemos visto cómo las situaciones de pobreza y exclusión social, pueden generar estrés, malestar, frustración e, incluso, resentimiento. Estas emociones pueden llevar a las personas que los sufren a una falta de autocontrol y sus comportamientos suelen estar dominados por los impulsos.

Por ello, puede resultar de gran ayuda trabajar con estas personas la activación, la atención, la motivación y las emociones.

El autocontrol es uno de los principales factores de la inteligencia ejecutiva que nos ayuda a regular nuestros comportamientos, valorando las consecuencias de los mismos y, por lo tanto, ayudando a tomar la decisión más adecuada en cada situación.

Es habitual encontrarnos con personas en situación de exclusión con una falta de autocontrol importante, incapaces de controlar su impulsividad.

  • Memoria de trabajo.

Este tipo de memoria es la que nos ayuda a elaborar razonamientos y establecer planes de acción correctos y la toma de decisiones. Es la memoria que pone en juego una gran cantidad de información para poder valorar en su conjunto los distintos factores que se ponen en juego en una situación. Por lo tanto, tiene que ver con la gestión del aprendizaje.

Las personas que sufren exclusión social pueden manifestar dificultades para generar este tipo de memoria que les permita contemplar los distintos factores que influyen en su toma de decisiones o planificar las acciones a futuro.

Las vivencias traumáticas, las necesidades inmediatas, les puede incapacitar para la toma de decisiones a largo plazo, al verse incapacitados para desarrollar la memoria de trabajo.

  • Planificación y toma de decisiones.

De la misma manera que en la anterior función, las vivencias y el estado emocional de las personas que viven exclusión social, pueden bloquear el control de sus impulsos, anulando su capacidad de valorar integralmente la realidad para una buena elección de metas u organización de la acción. Y la poca capacidad de tolerancia a la frustración o la indefensión aprendida, puede bloquearles, a la hora de cultivar el esfuerzo.

Se sienten incapaces de tomar decisiones de manera meditada en poco tiempo. De ahí que a veces, posponen sus decisiones o se manifiestan incapaces para tomarlas. En la valoración de sus situaciones, no consiguen imaginar distintos escenarios y sus consecuencias, posiblemente porque no han tenido experiencias previas que puedan aplicar a otros contextos.

Además, la cultura actual promueve la ausencia del esfuerzo. Se busca lo fácil, resultados inmediatos, con una tendencia persistente a la pereza. Ya afirmaba Jean Claude Kaufmann que tomar decisiones constantemente agota.

  • La flexibilidad cognitiva.

En la actualidad resulta fundamental desarrollar la adaptación al cambio. No en vano, es una competencia muy valorada en los procesos de selección, dada la volatilidad y los rápidos cambios en los que nos vemos envueltos.

La apertura mental en situaciones de exclusión no es lo más habitual, ya que las personas chocan una y otra vez con la dura realidad social que viven. Suelen presentar niveles de frustración muy altos y escasa capacidad para gestionarla. Se aferran a lo aprendido, siendo muy difícil modificar su opinión, puesto que siente que nada se puede hacer, nada puede cambiar su situación. Por lo tanto, la sensación de estatismo es muy acentuada. Su adaptación a la adversidad se ha rendido, disminuyendo su autoconfianza y, por lo tanto, borrándose de su mapa mental la responsabilidad individual.

Son personas cuya realidad personal, familiar y social han reducido al mínimo sus estímulos por lo que les resulta muy difícil adaptarse.

  • Razonamiento o pensamiento abstracto.

Este componente es el que más nos distingue como humanos. Nos ayuda a imaginar otras realidades, otros escenarios e, incluso, recrear nuestra realidad. Sin el pensamiento abstracto somos prisioneros de nuestra propia realidad, sin posibilidad de evolución.

La gestión del pensamiento (metacognición) nos ayuda a trabajar sobre nuestras emociones, sentimientos, dudas, miedos y otros aspectos de nuestro perfil psicológico, alcanzado mayores cotas de autoconciencia, convirtiéndose en el trampolín que nos ayude a dotar de sentido nuestra vida, a marcarnos un objetivo, a imaginar nuestro futuro.

Un aliado fundamental para desarrollar este aspecto será entrenar la introspección.

Generalmente las personas en situación de exclusión social han perdido su capacidad de imaginar el futuro, sin aspiraciones, bloqueados, viven el día a día, resolviendo sus necesidades primarias. Cuando alguien está centrado en buscar vivienda, alimentación, cómo vestirse o calentarse, se siente incapaz de pararse a reflexionar sobre sí mismo, sobre qué siente y porqué, sobre qué le está ocurriendo, y mucho menos sobre cómo aprende.

Su nivel de autoconciencia se limita a la supervivencia.

Por último, podemos concluir que entrenar la inteligencia ejecutiva de las personas que sufren exclusión social puede resultar clave, junto a otro tipo de metodologías de intervención social tradicionales, para promover procesos de inclusión. Por ello, las políticas sociales y los servicios sociales deberían introducir recursos y metodologías de este tipo dentro de los planes de inclusión social que se impulsen, promoviendo, en los procesos individualizados de inclusión social, acciones en este sentido.  

Pero no nos olivemos de que la exclusión social es una realidad compleja que no sólo involucra individualmente a quien la sufre, sino que se trata de una dinámica social en la que la comunidad, los servicios y las políticas sociales desempeñan un papel fundamental clave. Por ello también a nivel social y comunitario deberíamos integrar estos aprendizajes para prevenir desde el sistema educativo, las políticas activas de empleo, los servicios sociales y, por supuesto, desde dinámicas comunitarias integradoras, las causas que conducen irremediablemente a la exclusión social.

Porque en función de cómo se implementen las políticas sociales, educativas o el modelo social que configura la comunidad estaremos bloqueando el desarrollo de la inteligencia ejecutiva y, por lo tanto, abocando a numerosas personas, incluso desde la infancia, a que sus vidas estén guiadas de manera determinante por su inteligencia generadora.


[1] El matiz que introduce José Antonio Marina resulta interesante basándonos en el principio de Hanlon: “Nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez”, Marina, J. A., la vacuna contra la insensatez, pag. 17, Ariel, 2025. Este principio empírico explica cómo personas que no tienen un perfil psicológico compatible con la maldad, toman decisiones no necesariamente malévolas, sino fruto del error, falta de conocimiento, confusiones o falta de atención.

[2] Youval Noah Hariri,NEXUS: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra a la IA, Debate, 2024.

[3] Traigo, a colación de estas reflexiones, un artículo en tono crítico y satírico que escribía a propósito de los disturbios que se produjeron durante el conocido “proceso de independencia de Cataluña” (octubre 2019) y que redacté fruto del estupor, la impotencia y el enfado, ante los hechos que se estaban viviendo en aquellos días, de ahí el tono de dicho artículo y que de alguna manera su planteamiento es abalado por esta teoría ejecutiva de la inteligencia que hoy presento.