El desempleo de larga duración

El desempleo de larga duración puede afectar a todas las edades, a hombres y a mujeres, sin embargo, las mayores tasas se dan entre mayores de 45 años y en mujeres. Casi la mitad de las personas paradas de larga duración en Aragón son mayores de 45 años. Y de la misma manera casi la mitad son mujeres.

El riesgo de exclusión social y económica entre las personas paradas de larga duración es real.

Es verdad que las personas mayores de 45 años tienen menos posibilidades de perder un empleo debido a los costes de despido que acumulan y al compromiso estable que han desarrollado, pero presentan más dificultades de escapar al paro, una vez entran en él.

Parece consolidarse la tendencia por la que las personas mayores de 45 años tardan más tiempo en volver a reincorporarse al mercado laboral. Esto, junto a la temporalidad, hace que la posibilidad de que estas personas vuelvan a estar desempleadas es mayor.

La situación de desempleo prolongada en el tiempo, es una dificultad clara para volver al mercado laboral. A mayor tiempo en el paro mayor dificultad para salir de él. Pero, además, una prolongada situación en desempleo influye en la calidad de los empleos que se puedan alcanzar con posterioridad. Lo cual retroalimenta la espiral de alta tasa de temporalidad y tiempo de desempleo prolongado, en la que se ven atrapadas estas personas. Por otro lado, contrario a lo que pueda parecer, son las personas de mayor cualificación o estudios los que tardan más en salir del desempleo, debido a sus mayores expectativas salariales y de puesto.

Tal como afirma Bauman en su Modernidad líquida (2003), resulta contradictorio solicitar a las personas trabajadoras lealtad y compromiso, cuando el empleo se configura como precario y transitorio, limitando la perspectiva de futuro a las personas trabajadoras y, sobre todo, cuando las reglas del despido o promoción se han desdibujado, cuando no han saltado por los aires, como afirma el propio Bauman.

De cara a promover los procesos de inserción laboral es fundamental conocer cómo repercute la situación de paro prolongado en las personas. En este punto resulta muy interesante el estudio realizado por Ainhoa Díez Sanz, Afrontamiento y resiliencia frente al impacto del desempleo de larga duración en Bizkaia, colección de estudios 48, Fundación FOESSA, Madrid, 2021.

Ya hemos comentado en otros posts cómo el desempleo prolongado repercute en el autoconcepto de las personas afectadas, en su autoestima, generándose sentimientos de fracaso, vergüenza, culpa e incluso pérdida de la dignidad. Como hemos afirmado en otras ocasiones nos encontramos con personas rotas y rendidas.

Aquí es importante tener en cuenta las teorías psicológicas que explican las distintas fases por las que puede pasar una persona en desempleo. Según Fagin, L. y Little, M., podemos encontrarnos con las siguientes fases psicológicas del desempleo: shock, negación/optimismo, ansiedad/estrés, y resignación/aceptación.

En el caso de las personas desempleadas de larga duración, lo más probable es que nos encontremos con personas que están ya en la fase de resignación o aceptación. Se trata de una etapa de ajuste en la que la identidad de la persona se ha transformado y su autoestima está seriamente afectada.

Por otro lado, sabemos que el empleo nos ayuda a estructurar del tiempo, a fomentar los contactos sociales, sentir que aportamos a una colectividad o comunidad y también ayuda a configurar nuestra identidad o imagen que tenemos de nosotros mismos. Si al perder el empleo otra fuente no aporta estos elementos, el desempleo puede ser destructivo. Aunque depende del significado que el empleo haya tenido para la persona, porque el empleo, a su vez, puede ser control, rutina, represor de la creatividad o escenario de conflictos.

Además, el empleo sigue siendo la fuente fundamental de obtención de recursos para cubrir necesidades en el presente y, además, proyectarnos en el futuro. El desempleo o la precariedad laboral abocan a las personas a instalarse en un presente perpetuo, anulando su capacidad de tomar decisiones a largo plazo o proyectarse en el futuro.

También debemos tener en cuenta que el desempleo es considerado uno de los factores estresores o causa de situaciones de crisis vitales, como la jubilación, el divorcio o el tránsito de la escuela al trabajo.

¿Y qué estrategias podríamos desarrollar para luchar contra el desempleo de larga duración?

No entraremos aquí a formular estrategias económicas o políticas sociales para dinamizar el mercado laboral a nivel estructural, sino que nos centraremos en sugerir algunas perspectivas para la intervención en materia de inserción laboral.

En la actualidad viene fomentándose, en diversas disciplinas, la perspectiva de la persona como centro de cualquier intervención. ¿Cómo puede afectar este planteamiento a la intervención en materia de inserción laboral?

Con frecuencia el planteamiento viene siendo el contrario, ¿qué competencias necesita el mercado laboral? Y a partir de ahí se intenta encajar a la persona en el marco competencial que necesita el mercado. Seguro que hay que continuar trabajando en esta línea, pero no tengo claro que dicho planteamiento funcione con las personas paradas de larga duración, por todas las pérdidas que han acumulado y descritas con anterioridad.

Si el centro es la persona, quizá tengamos que partir de su potencial competencial, como palanca de cambio para desarrollar nuevas competencias y, a partir de ahí, acompañarla en su toma de decisiones. Se trata de provocar un proceso de autoaprendizaje a partir de la experiencia, en el que el papel del insertor laboral es de acompañante y entrenador, a la vez.

En este proceso el concepto de itinerario en el que hay que superar fases o niveles o se traza un camino de antemano, no sería lo ideal. Quizá haya que modificar la perspectiva y configurar una intervención en forma de red, en la que la persona está en el centro y en función de su realidad, en cada momento, va a provechando las distintas oportunidades de aprendizaje que le brinda su entorno, bien sean formativas, de orientación, experiencias personales, de networking o incluso experiencias laborales. De esta manera, aunque haya un horizonte previo definido, la persona podrá aprovechar los recursos e incluso combinar unos con otros de manera flexible, dado que tendrán características complementarias en tiempos, contenidos u objetivos, y en función de sus necesidades y evolución.

Las políticas activas de empleo, ponen la mirada de manera obsesiva en la empleabilidad y, sobre todo, centrada exclusivamente en la responsabilidad de la persona. Sin embargo, esto puede ser engañoso, ya que la empleabilidad depende también del propio mercado laboral, tanto en la demanda de cualificaciones como de los sectores productivos. Podemos encontrarnos con personas jóvenes muy cualificadas con dificultad de empleabilidad porque el mercado laboral esté saturado u oferte pocas oportunidades en el sector para el que se enfocan.

Por otro lado, debemos tener en cuenta que las personas podemos partir de situaciones que implican desigualdad, el género, el estatus familiar, la etnia, el lugar de nacimiento o experiencias vitales negativas, por lo que responsabilizar a la persona de su empleabilidad puede resultar injusto.

Por ello, nos parece más adecuado, al igual que en educación se parte de los centros de interés, partir de lo que las personas saben, quieren y pueden hacer, para ofrecerles un entrenamiento que les conduzca a recuperar autoestima, autoconocimiento e identidad, e ir restaurando poco a poco un perfil competencial que pueda presentarse con éxito ante el mercado laboral.

En este sentido, como ejemplo, nos estamos encontrando con talleres en digitalización que quedan desiertos, porque las personas destinatarias o no sienten la necesidad de formarse en ello o se sienten incapaces de abordar dicho aprendizaje. La necesidad la vemos los agentes, pero no las personas participantes.

Con cierta frecuencia, la situación actual económica y social del desempleo induce a culpabilizar a las propias personas desempleadas por no poner toda la carne en el asador para encontrar un empleo (políticas activas de empleo). Pero el que dicta quién es empleable o no, es el propio mercado laboral. Esta realidad debería evidenciar la necesidad de desvincular el cobro de determinas prestaciones con el esfuerzo de la persona implicada para buscar un empleo. Hay situaciones en las que de poco sirve recabar evidencias de haber presentado un currículum en varias agencias de colocación, para justificar el cobro de una prestación económica.

No podemos olvidar que ha habido una ruptura del pacto social debido a la precariedad, la política de bajos salarios, la individualización de las condiciones laborales. El desempleo y la precariedad no lo provocan las personas trabajadoras, sino el sistema a demanda de los mercados. Aquí podríamos recomendar la serie francesa “Recursos inhumanos” que describe perfectamente la ruptura de ese pacto social, resumido magistralmente en el discurso final de la defensa en el juicio al protagonista, donde pone en evidencia la desprotección que el Estado ha consentido ante sus ciudadanos parados de larga duración.

Porque si no asumimos la posibilidad de revertir estos procesos, no quedará otra alternativa que asumir pérdidas, en una fase de cambios como la actual. Será necesario que pase una generación completa de parados de larga duración, hasta que sean sustituidos por jóvenes formados de acuerdo a las demandas empresariales. Pero ésta opción claramente tiene un precio muy alto.

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